Ya no tenemos mar,
pero tenemos voz para inventarlo.
no tenemos el mar,
pero tenemos mares que no podremos
olvidar:
el mar encrespado de la cólera
el mar viscoso del destierro,
el fúlgido mar de la soledad,
el mar de la traición y el desamparo.
No tenemos el mar,
pero tenemos mares.
mares repletos de excrementos,
mares de gomas de automóviles
donde empecinadamente deriva un esqueleto
(las falanges aún aferradas a la cámara
y el fragor de la metralla en el oleaje ).
No tenemos el mar,
pero tenemos mares.
mares de inescrupulosos traficantes,
mares de esbirros disfrazados de bañistas
y profesores que comercian con el crimen,
mares de playas convertidas en trincheras,
mares de cuerpos balaceados
que aún retumban en nuestra memoria salpicándola.
No tenemos el mar
pero tenemos náufragos,
tenemos uñas, tenemos dedos cercenados,
alguna oreja y un ojo que el ahíto tiburón no quiso aprovechar.
tenemos uñas,
siempre tendremos uñas
y las aguas hirvientes de las furias,
y esas aguas, las pestilentes, las agresivas aguas,
se alzarán victoriosas con sus victimas
hasta formar un solo mar de horror, un mar unánime
un mar
sin tiempo y sin orillas sobre el abultado vientre del verdugo.
Reinaldo Arenas
(Nueva York, noviembre de 1983)